sábado, 29 de mayo de 2010

El penal de San Pedro. I

En ejercicio profesional, ha parecido conveniente que visitara el penal de San Pedro. Este penal, situado en el centro de La Paz, tiene dos usos principales: penitenciaría y atracción turística (con los contactos adecuados).

Hay unos 7 europeos cumpliendo condena firme o prisión preventiva en el penal de San Pedro, y se dice por otro lado que los tours informales, que se provieron, han vuelto. Como la visita más cercana es la del consulado alemán al único preso alemán interno en San Pedro, me invitan a ir con ellos, y, por supuesto, voy encantado.

El penal tiene las puertas abiertas. Hay soldados armados, pero las puertas no están cerradas, por lo menos las que dan al área más abierta del edificio. Tras localizar al preso, pasamos a una sala de visitas. Le devuelvo la porra olvidada en una mesa al que nos abre.

El preso alemán lleva más de un año en el penal, y nos confiesa que los tours a turistas internacionales los da él, por la voluntad. Edad indeterminada, atuendo indeterminado, tatuajes que se adivinan entre la ropa. Muy simpático, agradece mucho la visita y tienen el detalle de hacer la charla en inglés y español.

- ¿Te queda mucha condena?
Es de 3 años y 4 meses y llevo 14 meses. Me han ofrecido redención de pena por trabajo, pero les he dicho que casi tengo 50 años, que no he trabajado en mi vida, y no lo voy a hacer ahora.
¿Es mejor esto o Alemania?
En Alemania en la cárcel te tienen todo el día encerrado sin hacer nada. Aquí me encerraba yo cuando tenía celda individual para estar tranquilo. (Hay celdas individuales que se alquilan, si no tienes para pagar, pasas a la celda común con más de 100 presos. Esto en el ala abierta, en la parte más dura son 500.)
¿Qué haces para pasar el tiempo?
Leo mucho, ya he leído todos los libros en inglés y ahora me he puesto a aprender español. Como hablo varios idiomas no me está costando mucho. También he empezado con el portugués con un preso brasileño. Entiendo mejor el español y portugués de América que de Europa. (El español que habla es correcto a nivel medio, parece que está aprovechando el tiempo).
¿Qué tal la relación con los otros presos?
En este ala muy bien. El otro día el ex- Prefecto, que vive aquí con la mujer en una casa de 3 pisos, con jacuzzi y gimnasio, nos invitó a una fiesta grande por su cumpleaños. En el otro ala todo el mundo tiene cuchillo y tienen que ir de dos en dos a hacer algo: uno lo hace y otro vigila.

He conseguido pasar la cámara de fotos (los celulares están prohibidos, aunque todo el mundo tiene, incluso hay conexión a internet), pero no hay ocasión. Nos despedimos muy amigos.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Tarde de domingo

Fin de semana. La gente de cada ciudad sale a pasear. Niños con helados y balones de fútbol. Adolescentes apiñados en los bancos de los parques. Jóvenes que se arreglan para salir de fiesta. Parejas que van a cenar. El domingo por la tarde todo se frena, todo se para.
Cuando se está en otra ciudad, el fin de semana es un tiempo indeterminado. Uno no está trabajando, pero, sin conocer a nadie, se levanta el sábado, se mira al espejo y aparecen dos preguntas ¿qué hago aquí? ¿qué hago hoy?.

En La Paz el fin de semana es día de mercado. Hay muchos mercados. Se compra y se vende todo tipo de muebles, ropa o comida, entre puestos de salchichas a la brasa, manises, y cerveza.
Fui de mercado en mercado, de cuesta en cuesta, oliendo especias y pescados desconocidos para mi, viendo ropa de alpaca buena, y de imitación mala, entrando en el mercado negro y saliendo al mercado de las brujas, donde se venden estatuas hechas deprisa, y fetos de llama para conjuros, además de adornos diversos. Y de repente, allí estaba: jovencita y menuda, en medio de la calle, entre las tiendas, casi no se la veía. Tenía una tela pequeña con los collares y pulseras que iba haciendo, un estuche con piedras, unos alicates pequeños que movía ágilmente, y una gran mochila a la espalda, hecha de tela de llama.
La conversación fue fácil, picaba el sol y se veían pocos turistas. La relación, evidente: siendo francesa no hablaba inglés, mientras los paseantes de la hora de la siesta eran australianos que no hablaban ni francés ni español.

A mi me interesaba ver cómo vendía, quién se paraba y qué se decían. Después del segundo grupo, cuando me iba a marchar, vi algo raro en la mochila y pregunté qué llevaba. Me dijo que hablara más bajo, pero era tarde: llevaba un niño con ojos negros y brillantes, y mirada inteligente. Había conocido en Perú al padre, se habían casado (la alianza era de cobre, probablemente la habrían hecho ellos) y habían tenido un niño que iban criando por las ciudades. Pañales lavables y alimentación natural: le daba pecho “así no se pone enfermo nunca”.
Jugué un rato con el niño, y me hizo un amuleto. “Es cuarzo, recoge la energía de la tierra y está acabado en punta, como las pirámides, para concentrar la fuerza”. “Hay que dejarlo en la ventana cuando haga mucho sol o sea luna llena, para que se cargue”. Se lo pagué bien. Un amuleto así debe de ser muy útil.

El domingo, el mismo espejo y las mismas preguntas. La misma respuesta: a otros mercados. No me atreví a subir al mercado de El Alto. Dicen que me puedo perder. Fui a los mismos de la víspera, a darles otra vuelta. Todo estaba cerrado, se está preparando la procesión del Gran Poder y la gente estaba bailando en las comparsas, nadie se lo quería perder.
Las calles estaban cortadas, así que iba viendo diferentes pasos por donde podía avanzar. Al final, caí otra vez en la Plaza que da a la calle de las brujas. Estaba la familia. Conocí al padre. El mismo fuego negro en los ojos. Estuvimos hablando hasta que se secó la boca: chamanes, medicina natural, vida en la calle, el viaje. Nos tomamos una cerveza compartida en un local lleno de la gente que tocaba y vendía con ellos en la calle. No iban juntos, tampoco separados.

Él Había pasado la mitad de su vida viajando. Artesanía, música (de oído), y lo que surgiera. Nunca le había faltado, hasta que vino el niño. La sabiduría era la de un anciano, no por las palabras, sino por la forma, la manera de decir qué hacía y por qué. Lo llevaba dentro. Le pregunté. “Me han educado en la sabiduría antigua de la tierra, yo nací en la selva, mi familia viene de la selva”.

Conocí a su grupo: un belga, una neozelandesa (habían coincidido hace 3 años también en La Paz) un percusionista de la jungla boliviana, y él, que tocaba el viento, además de ella y el niño. Tocaban en la calle, para nosotros. “¿Tocamos un rato?” “Lo estamos haciendo” “No, en los restaurantes”. Me miraron y dijeron que se iban a tocar a los sitios de tomar“Pero no importa lo que nos den, lo hacemos porque nos gusta”.

domingo, 23 de mayo de 2010

Llegada a la Paz


Llegando a La Paz, todo el mundo te habla del soroche, de lo que cuesta respirar, del dolor de cabeza. Nadie te dice lo increíble que es la ciudad, cómo se extiende entre valles, como la ingeniería y la arquitectura trabajan para comunicar y hacer habitable una urbe de cientos de miles de personas desparramadas por entre valles rocosos entre los 3.300 y los casi 4.000 metros de altitud.
Una ciudad en la que los planos deberían tener marcas del altura, para saber si la siguiente calles es de subida o de bajada. El llano es escaso aquí, y en las calles de subida, cada paso hay que darlo.
El paisaje general es el de la fotografía, aunque hay zonas verdes trabajadas intercalándose entre los barrios. Este paisaje está cincelado por la alternancia de un sol poderoso y noches frescas. El sol es fundamental en la vida aquí: las casas no tienen calefacción, tienen grandes ventanales para que se puedan calentar de día.
En cuanto a las casas, el tamaño es inverso a la altitud: a diferencia de lo acostumbrado, a mayor altitud, menor nivel de vida de la gente, menores casas, supermercados y mercados más económicos. El negocio de muchos es comprar arriba y vender abajo.
Nota para viajeros: el verdadero soroche es en la digestión, especialmente por la noche.