miércoles, 20 de octubre de 2010

Potosí III

La visita a la mina es una de las cosas más espectaculares que pueden realizarse. No en Potosí, sino en el país. El primer contraste es los relativos medios de seguridad con los que se cuenta, que sin embargo son mejores que los que tienen los mineros. El segundo, es pensar cómo se realizaría esta visita en la Europa fóbica de hoy.



La entrada a la mina. En el arco de entrada, el mismo desde hace cientos de años, se puede ver restos de los rituales precristianos que todavía realizan los mineros, para calmar a los espíritus de la mina. Sí, es sangre, de llama.





La mina está gobernada por una dualidad en lucha perpetua: por un lado, el cristo de los mineros (al fondo en la foto, me costó poder tomarla); por otro el "tío" o diablo de la mina, que hay que aplacar para poder sacar el mineral a la tierra. En origen el "tío" era el dios de la mina, pero como en las lenguas derivadas del pukina (quechua, aymara) la "d" no se podía pronunciar, se convirtió en tío.
Estos mineros comentaron que al tío le hablaban de tú a tú, como compañeros que eran; solo respetaban al cristo de los mineros. Por supuesto, este cristo es diferente de los otros cristos. Este es para ellos.




Sin embargo, el Tío sí recibe rituales. En esta representación se ven los elementos mágicos fundamentales: tabaco, para que fume; hoja de coca, por la pachamama; y alcohol de 96 para que beba y en el miembro viril.


La mina, iluminada con flash. Solo con la lampara de la cabeza no se vería nada en la foto. Lo principal para sobrevivir dentro son el olfato y el oído. Cuando se camina por dentro se huelen diferentes elementos: azufre, que hay en las paredes; gas de las conducciones (algunas se abren y hay que pasar corriendo bajo el aire caliente a presión); nitroglicerina de la barrena. El oído te indica dónde se está barrenando y a qué distancia. El tacto te confirma la distancia, pues retumba el túnel.



¿Peligrosa la mina? Todo es relativo. Este grupo de amables cholitas indígenas y campesinos comenzó ese mismo día la segunda pequeña movilización en la ciudad (la víspera estaba bloqueada, por lo que tuvimos que entrar en la noche, en un autobús sin calefactor, donde entraba el aire de fuera a varios grados bajo cero; con las maletas en la baca entre sacos atadas con una cuerda). Al día siguiente se pudo salir y llegar a Sucre. Al otro día empezó una huelga salvaje en Potosí, por 19 días, en la que nadie pudo entrar o salir de la ciudad, hubo escasez de alimentos básicos y varios grupos hicieron huelga de hambre (a destacar: niños de colegios y las prostitutas locales). Sin embargo, cuentan que los turistas sin enfermedades ni prisa disfrutaron bastante y hubo quien aprendió a tocar la guitarra en las farras que se organizaban en la noche.



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